El Padre Víctor Masalles nos comparte a aa reflexión inspirada en el Sagrado Corazón

Voy a hablar sobre “La Comunidad, Reflejo del Costado de Cristo” porque nosotros estamos llamados a reflejar la Misericordia del Señor. El Papa dice: “Cada año la Cuaresma nos ofrece una ocasión para profundizar en el sentido y valor de ser cristianos y nos estimula a descubrir de nuevo la Misericordia de Dios para que también nosotros lleguemos a ser más misericordiosos con nuestros hermanos.” (Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Cuaresma 2008, #1). Su Santidad nos está diciendo que quien ha recibido misericordia, tiene necesariamente que reflejar la misericordia y la Comunidad es el espacio privilegiado para que la Misericordia de Dios se refleje entre nosotros.

El Amor

El Amor no es un sentimiento, es una acción movida por el Espíritu Santo. Tener sentimientos de amor es muy bonito, pero esos son sentimientos y nada más. Se lo puede “llevar el viento”, como por ejemplo porque la persona que tú amas, de repente, no se comporte como tú quieras.

El Amor verdadero es una acción movida por el Espíritu Santo. Cuando se actúa movido por el Espíritu Santo, el Amor no es hacer lo que nosotros sentimos, sino hacer lo que nosotros debemos: que es ser obedientes a la moción del Divino Santo. Él es el que nos mueve a nosotros, y eso es amar, porque Dios es Amor. No puedo amar sino con un Dios que me mueve a hacerlo. El que es Amor, me mueve a amar a los hermanos.

La Obediencia

Cristo, por ejemplo, no quería morir. El pidió al Padre: “Padre, aparta de mí este cáliz.” Sus sentimientos eran: “Señor, quítame esto, no quiero morir.” Eso era lo que Él sentía porque los sentimientos son muy relativos. Más el Espíritu Santo movió a Jesús y lo movió a ser obediente hasta la cruz. ¡Y eso es amar!

En una parábola Jesús dice que hubo dos jóvenes: a uno le dijo que fuera a la plantación y le dijo que sí, pero no fue. Y el otro dijo que no, pero fue. Al final eso era lo que contaba, que lo que el Padre le pedía era que fuera, y aunque dijera que no, al final fuera. El Señor nos está diciendo qué es lo que hacemos que muestra que somos obedientes al Padre, como Jesús fue obediente. Cristo que es “imagen visible del Dios invisible” (Colosenses 1, 15), nos invita también a nosotros a amar de esta manera.

Miren cómo dice San Juan: “Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad, y tranquilizaremos nuestra conciencia ante Él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo. Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios, y cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio”. (1 Juan 3, 18-24)

El Espíritu movió a Jesús hasta la muerte, porque el Espíritu es el que mueve a amar. Y el Espíritu es el que movió al Dios negado a su divinidad, o sea, Cristo hecho hombre, lo movió hasta ser obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.

Historia del eremita y la antorcha

Una vez, en la época medieval, había un eremita que era considerado un santo en el pueblo. Siempre estaba por las afueras en oración. El Párroco quería que él fuera a predicar un día a la iglesia. Por fin el eremita dijo: “Este domingo voy a ir a la iglesia, y voy hablar del Amor de Dios… pero hay una condición: que tiene que ser de noche.”

En la época medieval no había luz eléctrica y las misas se celebraban de día. Si iba de noche habría que poner antorchas.

Lo que contagia En Hechos de los Apóstoles dice que todos eran como “una sola alma” y que todo el mundo respetaba, y que muchos se iban adhiriendo a la vivencia de la Fe y del amor que iban viviendo en la comunidad de los primeros cristianos. ¡Porque eso es lo que contagia! No quiere decir esto que haya uno que habla mucho y los demás no hablen, o que hayan divisiones. Eso es lo que más puede herir y sigue hiriendo el Costado de Cristo, en lugar de que ser causa para que el costado de Cristo siga siendo abierto y la Misericordia de Dios siga derramándose para con nosotros. Es necesario entonces que haya gente obediente al Espíritu y a las autoridades, llena del olor de Cristo, que esté contenta de caminar junto con los demás en el proyecto que el Señor nos ha llamado: a transformarnos en Cristo mismo. Por eso, es importante que nosotros seamos capaces de descubrir que el Señor necesita gente que no cree pleitos, que no cree divisiones, que no cree problemas.

Historia del granjero cristiano

Una vez, un granjero cristiano compró una granja. Apenas había firmado el contrato cuando el vecino -que no era cristiano- se le acercó y le dijo: “¿Con que usted es el dueño de esa granja? Pues mire, usted ha ganado un pleito. Esa raya no es el lindero. Es cuatro metros más para allá en toda la granja. Yo lo tengo sometido a los abogados.

El granjero cristiano le dijo: “¿Cuántos metros son? ¿Cuatro? Pues vamos a hacer una cosa: vamos a mover la raya cinco metros. Yo no quiero encontrarme con ningún abogado. Si usted dice que es suyo, que le pertenece, pues tome cinco metros más para allá”.

Entonces el hombre lo dejó así, y se fue a su casa. Cuando volvió después de una noche de mal pasar y de rumiar esas palabras tan duras con las cuales el cristiano le había desarmado, se acercó y le dijo: “Vamos a dejar la granja así. Ayer usted había ganado un pleito, pero hoy se ha ganado un amigo y un hermano”.

Gente pacífica y pacificadora

Ojalá que nosotros seamos capaces de ganarnos hermanos, y no pleitos. En la Comunidad hace falta gente pacífica así. Hacen falta los pacíficos y los pacificadores, gente que no cree problemas, sino que resuelva y ayude. En la naturaleza las abejas, las hormigas, los animales que viven comunitariamente están perfectamente organizados y no hay ninguna hormiga que le dice a otra: “Yo quiero hacer esto y punto.”

Cuanto más somos movidos por el Espíritu, estamos llamados a ser presencia dulce para nuestras autoridades y no dolor de cabeza porque no saben que hacer con nuestra tozudez. Que no seamos «dolores de cabeza» para las personas que representan a Cristo y que -de parte de Cristo- están esperando de nosotros una auténtica conversión y una obediencia al Espíritu Santo a través del mismo Dios, y a través de las autoridades que Dios ha constituido.

Aprender a dejarnos atravesar

Esto hará que la Comunidad evangelice: cuando la comunidad sea capaz de reflejar una sumisión semejante incluso a la insistencia del centurión romano que atravesó el costado con la lanza. Jesús dejó que lo atravesara por amor a él. También nosotros tenemos que aprender a dejarnos atravesar.

El pecado de singularidad

Nosotros tenemos que pedirle al Señor la gracia para no crear conflictos, para no buscar protagonismo. Esta es una tentación del cristiano. Se llama el pecado de singularidad: “Yo soy yo, y hago lo que quiero, y si el Espíritu me lo dijo a mí, pues yo no tengo que estar haciendo caso a nadie. Yo tengo que hacer lo que el Señor me ha dicho”. ¿Quién ha dicho que el Señor le dijo a usted eso? Lo importante es que nosotros podamos descubrir que los conflictos destruyen la Comunidad.

Todo tiene que servir para la edificación de la comunidad.

Así ocurrió en la Iglesia de Corinto. San Pablo llegaba a la comunidad de Corinto peor de como yo llegué aquí ayer (con dolor de cabeza). Corinto era una comunidad muy carismática. Dios la había bendecido con muchos carismas, pero Dios la había dotado también de gente conflictiva. Y por eso nos dice: “veo con tristeza que entre ustedes hay divisiones porque hay algunos que dicen que soy de Cristo, otros que dicen que soy de Pablo, otros que dicen que soy de Pedro, otros que dicen que soy de Apolo” (Cfr. 1 Corintios 1, 12. 3, 3-6). Y San Pablo ¡cuánto sufrió! Si usted quiere saber cuánto sufrió, que lea la Segunda Carta a los Corintios en que todavía San Pablo se va amargando, y más cuando está viendo que estos “súper espirituales” no quieren obedecer a la exhortación del apóstol. Quieren seguir hablando en lenguas cuando les da la gana. Quieren seguir usando sus carismas para lo que les da la gana… y no permiten que el orden le dé a la comunidad la capacidad de ser edificada. Porque dice San Pablo, (sobretodo en 1 Corintios 12, 13, y 14) que el esquema tiene que ser que todo tiene que servir para la edificación de la comunidad.

El que no sepa aportar para la edificación de la Comunidad

Quien no sepa aportar para la edificación de la Comunidad, ¡que salga! Y cuando aprenda a hacerlo, que vuelva a entrar, por favor. Porque aquí tenemos que crecer, todos.

¿Saben qué pasó con la Comunidad de Corinto? Ustedes quizás no han leído la Tercera Carta a los Corintios, que no la escribió San Pablo, sino Clemente. En el capítulo 48, dice: “ya ustedes eran una comunidad tan grande, y ahora son una comunidad pequeña, llena de desobedientes, porque no escucharon a Pablo que les exhortó incesantemente. ¡Miren a lo que ustedes han llegado a ser reducidos!” Corinto fue la comunidad vergonzosa, llena de carismas pero - porque los “súper espirituales” quisieron ser súper espirituales- hubo una súper humillación para esa comunidad que acabó siendo reducida hasta desaparecer. Fue hace poco cuando encontraron de nuevo las ruinas. Se había desaparecido la ciudad de Corinto, la Comunidad y todo. Corinto enseña a la Comunidad la necesidad de poner lo que el Señor nos ha dado al servicio de ella.

Las guerras ensucian más al que más ofende

Había una vez un hombre trabajando en su escritorio. Su hijo llegó enfadado de la escuela y fue a su cuarto. El padre fue detrás del niño. “¿Y qué te pasó?”. “¡Nada! Que fulanito me hizo tal cosa y lo odio. Ya no quiero saber de él. Quisiera que se muriera, quisiera que le pasara de todo lo malo”. Bueno” dijo el padre “vamos a ver, vamos a hacer una prueba” y lo sacó al patio. En el patio había una camiseta blanca y limpia, que estaba colgada. El padre le trajo una cubeta llena de carbón y le dijo al niño: “mira, vamos a suponer que este es tu amiguito. Vas a tirarle todo ese carbón. Imagínate que es él y se los tiras”. Al niño le gustó la idea, agarró la cubeta y comenzó a tirar. Algunas le daban a la camiseta, otras no, sólo le rozaban… pero el niño fue sudando, se secaba con las manos, tiró toda la cubeta entera y cuando acabó ya estaba contento, feliz.

“Ahora ven para acá. Vamos a ver, mira la camiseta”. La camiseta tenía unos cuantos rayones solamente, algunas manchitas, cosas así.

Y le dijo al niño “mírate, ahora vamos al espejo”. Cuando se vio al espejo, estaba sucia toda la cara, que se había secado con las manos, las manos estaban también completamente sucias y al verse así dijo: “¡pero si estoy sucio completamente!”.

Entonces el padre le dijo: “así le pasa al que odia. El que odia se ensucia más que aquel que es odiado. Por tanto, trata de que no haya nunca odio en tu corazón, que el único que se ensucia eres tú.”

Hace falta que los clavos de Cristo se los ponga uno a sí mismo y no que se los ponga a los demás.”

En la Comunidad pasa eso también, nos estamos tirando carbón y creemos que le ensuciamos al otro. Quizás, déjese tirar carbón. Un rozón de carbón quizás se limpia, pero tenemos que aprender que: “En la Comunidad hace falta que los clavos de Cristo se los ponga uno a sí mismo y no a los demás.”

Deje de poner los clavos de Cristo a los demás. Empiece a asumir usted. Dejemos de poner a los demás las cargas que nos tocan a nosotros. Eso es muy importante, para que la Comunidad pueda brotar de un auténtico caudal de misericordia, de ese caudal que brota del costado de Cristo.

Para que la vida de la comunidad sea plena y pueda reflejar el costado de Cristo, hacen falta tres cosas básicas:

1. Una auténtica conversión

Hace falta una auténtica conversión. Aquí, en este lugar, hay mucha gente que dice: “Así mismo, eso es, padre, siga así, hable porque hay unos cuantos aquí que necesitan conversión.” ¡Somos expertos en la conversión de los demás, en los defectos que el otro tiene!

Shup

En la Biblia hay dos palabras que se refieren a conversión. La primera es una palabra hebrea “Shup” que significa retorno. En el Nuevo Testamento, podemos aplicarlo al Hijo Pródigo. El estaba con el Padre, pero se fue. La palabra “Shup” significa la necesidad de volver a Yahvé, de volver a Dios. Significa “conversión” en el sentido de que la persona sabía donde estaba y se alejó. Por ejemplo, el Pueblo de Israel se alejó y Dios le pide que vuelva a Yahvé otra vez.

Tenemos necesidad constante en nuestras vidas de volver a Dios. Nuestros sentimientos, nuestra vida, nuestras acciones pueden irse desviando. Tenemos que volver a Dios. Por eso no tenemos que pensar en cuanto a que los demás tienen que volver a Dios… piensa primero: «yo tengo que volver a Dios».

Metanoia

La segunda palabra es una palabra griega, “metanoia”. “Meta” significa más allá, “nus” significa pensamiento, cambio de mentalidad. “Metanoia” significa cambiar la manera de pensar. “En verdad les digo que es necesario que se renueven en lo más profundo de sus mentes, ese será el verdadero culto agradable a Dios” (Romanos 12, 1 ss). Renovarse en la mente, eso es el verdadero culto, cuando yo cambio la manera de pensar. Porque cuando se cambia la manera de pensar, cambia también mi actitud, y soy capaz de ser reflejo de la presencia de Cristo, olor a Cristo.

Hay más alegría en el cielo

Ahora bien: El que no se convierte, apesta, huele a Satanás, porque huele a desobediencia. Es aquel que le dice a la conversión “no, no quiero”. Por eso cuando alguien no se quiere convertir, apesta.

Y esa es la manera como agrada a Cristo: cuando el Hijo Pródigo vuelve a su casa, encuentra que hay una fiesta y se mata el cordero, le ponen el anillo y se le devuelve la confianza, porque lo que se había perdido ha sido recuperado, y en el cielo hay alegría. “Porque hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por cien justos que no necesitan conversión” (Cfr. Lucas 15, 7).

Por eso pedimos al Señor la capacidad de convertirnos.

Historia de Ruco

En la misión de las Islas Fiji hubo un indígena que se llamaba Ruco. Recién convertido trató de hablarle a otro indígena acerca de Dios. El hombre se ofendió, agarró una jarra y se la rompió en la cabeza. El pobre Ruco volvió a su casa y se encontró mirando a la macana con la que antes atacaba a la gente. Sintió una tentación enorme de agarrar esa macana e ir allá donde el otro y darle más duro todavía.

Pero en vez de esto, Ruco se puso a orar, y tuvo una gran lucha interior. Al final el Señor le habló con la palabra: “Bienaventurados los que son perseguidos por mí y por la justicia porque ellos serán hijos de Dios” (Mateo 5, 10). Así Ruco tuvo la valentía de ir a la tienda y comprar una jarra. Fue adonde el otro indígena, le regaló la jarra y le dijo: “Hermano, excúsame que mi cabeza te acaba de romper la jarra y aquí te traigo ésta para reponértela.” Este acto de Ruco hizo que el indígena se convirtiera al Señor.

Dejarse clavar en la cruz y atravesar el costado

A veces nosotros creemos que convertimos a la gente con una macana, porque “yo soy más fuerte así que, conviértete”. No vamos a convertir a nadie o les convertimos en cualquier otra cosa menos en cristiano.

Por eso la conversión implica esas actitudes que van construyendo una comunidad: reflejo de la ternura del amor, de la compasión y de la generosidad sobreabundante de Cristo Jesús, que mana de su costado, al dejarse clavar en la cruz y atravesar el costado.

Hoy el Señor nos está llamando a la conversión.

2. Obediencia

¿A quién yo tengo que obedecer? Ahí vienen los “súper carismáticos” de Pablo a ser dolores de cabeza para él. Hay algunos que dicen: “Yo tengo que obedecer al Espíritu. ¿Qué tengo yo que estar obedeciendo al Director Local? ¿Qué tengo yo que estar oyendo al Director Provincial? ¿Y qué es eso? Si el Espíritu me dice esto, ¿a quién tengo que obedecer?”

Eso, hermanos, es serio, porque nosotros tenemos la tentación de ser obedientes a nuestros caprichos, a todo movimiento que me deleita en hacer mi propio camino y no hacer el camino que Dios me pide. Ese “arrastrarme e inducirme a hacer lo malo”.

Querer destacarse en la Comunidad

Tenemos la tentación de querernos destacar en la Comunidad, ¡cuidado! El Señor, al Padre Emiliano cuando lo hizo, “famoso” en América Latina y después en el mundo, fue cuando el Señor dijo, no cuando él quiso. Nosotros queremos ayudar al Señor: “Señor, ayúdame, mírame”.

Es más, les voy a contar como a mí me pasó una vez:

Una sanación en Cristo Rey

El Padre Emiliano, María y yo estábamos predicando en el año 1985 en “Cristo Rey” (un barrio de Santo Domingo) Era una Noche de Evangelización en la Parroquia. Había como seis mil personas ahí.

Predicó María sobre el Amor de Dios, ¡bellísimo! Después el Padre Emiliano inició la misa, y vine yo con mi testimonio de sanación. Luego el Padre Emiliano prosiguió con la misa. Después los dos hicimos la oración por los enfermos.

En ese momento el Señor me dio una palabra de conocimiento, y anuncié lo que el Señor me dijo: “Aquí hay un hombre que tiene el brazo derecho caído, no lo puede levantar y ahora ese hombre puede levantar la mano derecha y la puede mover perfectamente.” Y ahí mismito salió un hombre: “¡Yo, soy yo!” mientras levantaba su brazo.

Todo el mundo aplaudió. El Padre Emiliano -que siempre se alegraba con las manifestaciones del Espíritu-dijo: “Venga por favor para dar su testimonio”.

Pero presten atención: todo el mundo estaba contento, y yo también. Pero las alegrías eran diferentes: La gente estaba contenta porque Dios había sanado. Yo estaba contento (confesándome con ustedes) porque pensé: “Ah, la gente va a saber que Víctor tiene el poder de sanación.” Y yo contento y todo el mundo contento, cada uno con alegría diferente.

Cuando el hombre se paró en el micrófono se identificó como un líder conocido de la Renovación Carismática, y dijo: “quiero dar gracias al Señor por esta hermosa charla que nos ha dado la hermana María.”

Y yo pensaba: “Oh sí, sí, sí. Pero que siga…”

“Y quiero dar gracias a Dios por esta hermosa misa que ha celebrado el padre Emiliano.” Y todo el mundo aplaudía…

“Y quiero dar gracias a Dios porque mi brazo no se podía levantar y ahora el Señor lo ha sanado.”

Todo el mundo alegre y yo esperando… Dentro de mí decía: “pero no lo dijo, ¡no lo dijo!” Y allí se terminó mi alegría, “¡no lo dijo!” me repetía a mí mismo. Llegué a mi casa ¡no lo dijo, no lo dijo!

Entonces el Señor me habló: “Víctor ¿quién fue que habló esta noche, fue María o fui Yo?”

“Señor, fuiste tú que hablaste.”

El Señor dijo: “¿quien convocó aquí, fue Emiliano o fui Yo?”

“Señor, fuiste tú que convocaste.”

El Señor añadió: “¿Quién fue que sanó, fuiste tú o fui Yo?” Entonces caí al piso a llorar mi pecado.

Caí al piso esa noche llorando mi pecado, porque había querido quitarle la gloria que le pertenece a Dios. Le había querido cobrar “peaje” al carisma, y no es así si actuamos con pureza de intención.

Buscar la gloria de Dios

Un tiempo después me encontré a ese hombre en la Casa de la Anunciación, y me dijo: “¡mire, el brazo todavía está bien!” Y yo dije avergonzado, pero contento: “Sí, sí, gloria a Dios”.

Hace falta buscar la gloria de Dios. Por eso la obediencia es “a darle la mayor gloria a Dios en todo lo que tú haces”. Si no es para eso, amárrate una soga y tírate al mar. Escóndete, porque aquí hemos venido a darle la gloria, ¿a quién? A Dios, y sólo a Él la gloria.

“Dejarlo todo por el Señor” es una frase muy chula para decir.

Cuánta gloria nos queremos dar a veces a nosotros mismos hasta diciendo esto. “Dejarlo todo por el Señor”. Hay mucha gente que lo ha dicho muchas veces. “Yo lo he dejado todo por el Señor”. ¿Lo dejé todo?

Mucha gente que tiene que comer, no lo ha dejado todo. Mucha gente que tiene hijos, esposo(a), familia, no lo ha dejado todo. Vamos a dejar esas palabras tranquilas: “lo he dejado todo por el Señor”.

“El que no trabaje que no coma” (2 Tesalonicenses 3, 10). Hay que trabajar, tenemos que sostenernos. El Señor nos dice a nosotros que tenemos que trabajar humildemente por nuestro propio sustento y en todo, servirle al Señor. Por eso es muy importante descubrir que hay que trabajar y en ese lugar también dar gloria a Dios. Y a veces en ese “dejar el trabajo” tenemos que pensar si no es que estamos teniendo nosotros problemas, y que tenemos que cambiar de actitud.

Yo conozco gente que la han botado de todos los trabajos y después dicen: “Lo dejé todo por el Señor”. Lo dejaste todo… ¡No! ¡Todo el mundo te dejó a ti!

Tenemos que ser alguien productivo y que a la vez sirva para algo en la Comunidad, en la vida humana también, ser útiles y sin dejar de darle gloria a Dios. Ser siervos del Señor en el lugar donde el Señor nos llama.

Es importante saber el lugar que nos toca

En la Biblia se nos invita a sostener a los que viven del altar. Pero todos los demás a trabajar por el Señor desde el lugar donde el Señor lo llamó. La gente rica pasa mucho trabajo en algunas comunidades porque les dejamos a ellos todos los problemas del dinero. Y si el rico es tacaño peor. Pero a veces los ricos pasan trabajo porque nosotros podemos tener la tentación de “cotejarnos”. Y nosotros tenemos que aportar, todos, en lo que hacemos. Es importante que los ricos sean generosos. Pero es importante también que los pobres sean generosos, que todos demos de lo mucho o lo poco que tengamos. El óbolo de la viuda dio incluso de aquello que ella necesitaba y Jesús lo alabó eso también. Es importante esto. Es importante saber el lugar que nos toca.

Historia del león y la zorra

Una vez, un derviche, (que es un monje persa del desierto), estaba por el desierto y se encontró con una zorra a la que le faltaban las cuatro patas. Se veía rozagante.

El derviche dijo: “¿Cómo es que sobrevive esta zorra en el desierto?” De repente se tuvo que esconder, porque llegó un león que había cazado un chacal. Se comió una buena parte del chacal, pero dejó un pedazo frente a la zorra y se fue. Y la zorra lo comió. El derviche dijo: “Eso es una señal, Dios me quiere decir algo. Mañana voy a ver si pasa lo mismo”.

Al día siguiente se puso detrás de una piedra a acechar. Llegó la zorra sin sus cuatro patas, rozagante. Llegó el león, que había cazado otro chacal. Se comió la mayor parte, dejó un pedazo grande y se fue. Y la zorra comió.

“Eso es, ya lo entendí: el Señor me va a dar todo lo que necesito. Eso es lo que me está diciendo”.

Entonces, el derviche, fue al pueblo, y se sentó con una latita esperando que todo el que pasara le diera unas monedas.

Pero como todo el mundo veía al derviche tan sano, sin ningún problema, nadie le daba nada. Y pasó un día, dos días, y pasaron diez días y el derviche estaba tan flaco que se les veían ya hasta los huesos.

Y llegó otro derviche que era considerado muy sabio y se le acercó y le dijo: “Pero hombre, ¿qué te ha pasado, por qué estas así, qué te ha pasado?” Y le contó la historia del león y de la zorra. Y después que se la contó le dijo: “Dime tú si eso no era una señal del Señor que me estaba hablando a mí.”

Y le dijo el derviche: “¡Qué idiota eres! Sí, Dios te estaba hablando, pero en este momento Dios te estaba llamando a ser león y no a ser zorra, porque tú tienes las cuatro patas y tú estás para ayudar, no para ser ayudado.”

Todos tenemos que dar

En nuestras comunidades nos encanta meternos a ser zorra. Tenemos que aprender.

Le digo a la gente que aporta mucho dinero que no lo dé todo, que dejen de dar un poco, para que ayuden a los tacaños a que den un poco más también.

Todos tenemos que dar. Todos tenemos que aportar, porque todos somos hermanos y tenemos que ayudar al que realmente lo necesita. Pero tenemos que pedir al Señor la capacidad de ser generosos en todo.

Evadir la llamada

En la Comunidad, y conozco lo mismo en muchos sitios, hay gente que quiere evadir lo que Dios le está hablando. Hay muchos jóvenes y muchas personas que están evadiendo la llamada del Señor a hacerse sacerdotes, a hacerse religiosas. Y lo evitan de todas las maneras. Se casan rápido para que al Señor ni se le ocurra. Van rápido y ¡cuánta gente -después de casarse- se da cuenta que el Señor lo estaba llamando!

No evadir la llamada, aunque duela. No evadir la llamada que el Señor te está haciendo, algunos al sacerdocio y a otros, no sé. A ti, ¿a qué te está llamando el Señor? Porque hay veces que estamos nosotros acallando la voz de Dios que hace tiempo está hablando. A veces sabemos lo que Dios nos está diciendo, pero tenemos miedo, tenemos inseguridad, tenemos un sentir de que “eso suena muy fuerte”. ¿A quién podemos obedecer, sino al Espíritu y tener vida?

Todo lo demás es un camino doloroso, aún lleno de colchones suaves, aún lleno de automóviles, aún lleno de bonanza, nada de esto sirve sino es movido por el Espíritu Santo. “¿A quién iremos sino eres tú que tienes palabras de vida?” (Juan 6, 68). Obedientes a la verdad que Dios está hablando en tu corazón, y por eso es muy importante esta obediencia.

Respetar también los carismas de los otros

Hay que alegrarnos por los carismas de los demás. A veces surgen personas que cuando otro tiene carismas, ¡cuánta envidia les da! “¡Mira lo que se cree, míralo, míralo, y mira que carita tiene! ¡Ahora privando en santo, mira, porque recibió el carisma, mira!”

Y no nos alegramos. No somos capaces de decir “Que Dios lo bendiga, lo oriente y lo siga ayudando, que siga haciendo todas las obras buenas, que Dios lo ayude.”

En lugar de esto hay gente que pretende tener un carisma que en realidad no tiene y quiere imponerlo a toda costa. Por eso tenemos que descubrir que San Pablo nos sigue diciendo que los carismas son solamente aquellas cosas que sirven para que la Comunidad sea edificada. La Comunidad es una casa espiritual y tenemos que aportar, tiene que haber ladrillos colocados unos junto a los otros para poder así crecer. Todo lo que no ayuda a crecer a la Comunidad, lo único que sirve es para llenarse de vanidad. Apartemos de nosotros todo lo que no sirva para que la Comunidad crezca.

3. Generosidad sin límites

Para que la Comunidad sea reflejo del costado de Cristo hace falta una generosidad sin límites. Ser generosos con la Comunidad. No cargarla, no aprovecharse de ella. Servir a la Comunidad, no servirse de ella. La generosidad significa que lo que tú tienes, lo pongas al servicio de la Comunidad. Lo que el Señor te ha dado, el carisma, la disponibilidad, el servicio, ponlo al servicio de todos, y no te pongas límites. Deja que Él con su ejemplo sea el que te diga como hacerlo, porque si no, imagínense a Cristo poniéndose límites en su costado abierto por la lanza. ¡Qué triste sería la vida! Para que la Comunidad refleje a Cristo tiene que dejarse atravesar completamente y tiene que aprender a desangrarse completamente.

Una historia de campeones

En los años ’70 apareció un anuncio en la sección deportiva de un periódico de la Universidad, que decía: “El Equipo tal gana el campeonato intercolegial”. Pero lo curioso fue que la fotografía que aparecía era del equipo perdedor. ¡Qué raro! Y lo raro era que en la foto, todos los del equipo aparecían con la cabeza afeitada, en unos años en que no era común, como ahora, que los deportistas se afeitaran la cabeza.

La historia cuenta que ese equipo que perdió se estaba preparando para el campeonato intercolegial. Entre los muchachos de 19 a 22 años hubo uno que era el armador. De repente, en una de las prácticas, se lo tuvieron que llevar con una molestia grande. Le hicieron pruebas y le encontraron un tumor en el cerebro, un tumor grande que no era operable. Por eso tuvieron que llevarlo a hacerle radioterapia. (En esa época, en los años 6 ’70, el remedio era peor que la enfermedad). En aquel entonces, cuando le aplicaron la radioterapia, por los efectos secundarios de la misma, le llevaron todo el ánimo y todo el cabello. El muchacho llegó a su casa hecho una piltrafa, cansado, destruido con la radioterapia, desanimado. Le animaban a que fuera a jugar, que se levantara, que hiciera algo y el muchacho no tenía ganas de nada. Además, en aquella época era una vergüenza y el muchacho así con la cabeza afeitada no quería salir, estaba desanimado por todo.

Los amigos, los compañeros del equipo supieron eso. ¿Qué hicieron? Todos juntos se fueron a la casa de uno de ellos y todos se afeitaron la cabeza. ¡Todos!

Aceptaron pasar la humillación de afeitarse la cabeza y todos así se fueron caminando hacia la casa de su amigo, y le dijeron: “Queremos que vengas a jugar con nosotros.” El muchacho cuando vio eso se conmovió, lloró y se animó, y se puso a jugar.

Le dieron la confianza para ponerlo en su puesto de Armador. En el juego era más lento, pero le dieron la confianza y lo pusieron a jugar. Aun en la final, lo pusieron a jugar y él casi no podía, pero lo dejaban ahí jugando.

El equipo perdió, pero yo entiendo, viendo bien el sentido del deporte, que ese equipo realmente fue el que ganó. No ganó según los puntos, pero entendió el verdadero espíritu deportivo y por eso entiendo que ese equipo es el ganador.

Sólamente cuando somos UNO es cuando ganamos
En la Comunidad también tiene que haber algo así. En la Comunidad no es cuando hayan tres “súper carismáticos” por aquí, ocho por acá, y estos otros por allá y dejemos a todos los demás botados. La Comunidad es el lugar donde todos somos hermanos, y somos capaces incluso de humillarnos, de morir a nosotros y de romper nuestro ego. Y somos capaces de humillarnos para que el otro tenga vida. Solamente así la Comunidad de Siervos de Cristo Vivo podrá ganar el juego verdadero.

Estamos jugando un juego pesado, es contra Satanás. Sabes que -a vecesdurante el juego los jugadores le hablan, y Satanás dice: “Tírala tú que eres el mejor.” Ah sí, y la tiro yo, y fallo.

Satanás quiere que nosotros seamos engañados. Se alegra cuando nosotros nos miramos a nosotros mismos solamente. Se goza cuando en la Comunidad estamos mordiéndonos, estamos hiriéndonos. Satanás aplaude y dice: “Ya. Se acabó mi trabajo. Ya ellos están haciendo mi propio trabajo.”

Pero Satanás está vencido cuando los que forman la Comunidad son realmente Siervos de Cristo Vivo y son capaces de poner todo su esfuerzo, todo lo que tienen, todo lo que son para la gloria de Dios. Porque somos un cuerpo, somos una comunidad, somos uno. Tenemos que entenderlo: solamente cuando somos UNO es cuando ganamos. Cuando somos muchos, divididos, peleados, criticándonos unos a los otros, entonces Satanás ha vencido porque ya ha creado la división en nosotros.

Los efectos de uno son efectos de otro

Pidamos al Señor esa hermosa experiencia a la que se refiere la Palabra de que se decía que los discípulos se amaban mucho y eran todos como una sola alma. Los efectos de uno son efectos de otro (Cfr. Hechos 2, 42). El pecado de uno nos afecta a todos. Cuando en la Comunidad alguien no crece, la Comunidad no crece y nos afecta a todos. Nadie puede decir: “Ah no, eso es un pecado, es problema de el.” Nadie puede decir esto. Nadie puede evadir que lo que hace daño a uno le hace daño a todos en la Comunidad.

Historia del granjero y la ratonera

Había una vez un granjero que vivía pobremente en una pequeña granjita. Una vez el granjero le trajo a su esposa una bolsita. Un ratón estaba asechando, para ver que era, si era queso o algo que podía roer. Cuando ella abrió la bolsita, vio una ratonera.

El ratón salió corriendo adonde el cordero y le dijo: “El granjero ha comprado una ratonera, ¡atención, tengan cuidado!” Y el cordero dijo: “Eso no es mi problema, a mí no me va a hacer daño una ratonera, así que a mí no me importa una ratonera. Ese no es mi problema.”

Y el pobre ratón salió corriendo y fue adonde la vaca, y le dijo: “¡El granjero ha comprado una ratonera, el granjero ha comprado una ratonera!” Y la vaca: “¿a mí qué me va a afectar que haya comprado una ratonera? Qué me importa a mí. A mi no me puede hacer nada una ratonera. Ese no es mi problema.”

Y así fue donde los demás animales de los cuales obtuvo la misma respuesta. Entonces el ratón salió y se escondió.

Después de varios días la ratonera finalmente sonó y salió corriendo la mujer a ver el supuesto ratón que había agarrado. Cual fue la sorpresa de que cuando se acercó, lo que había atrapado la ratonera ¡era una serpiente! Y la serpiente mordió a la mujer, y la mujer cayó enferma.

Vino el médico y comenzó a examinarla, y la mujer fue empeorando. Se fue poniendo cada vez más enferma y el médico que estaba allí visitando dijo: “Bueno, no hay mucho que hacer, pero vamos a ver, lo que es importante es que ustedes la mantengan bien alimentada porque si no, esta mujer se va a morir.

Entonces el hombre fue primero donde la gallina y la mató, cocinó con la gallina un caldo para que la mujer pudiese comer.

Después llegaron los amigos porque la mujer no se mejoraba. Llegaron los familiares a visitarla y entonces allá había amigos, había un grupo más grande.

Y entonces, fueron donde el cordero, y lo mataron. Y cocinaron y sirvieron el cordero para dar de comer a la gente que visitaba.

Con el tiempo la mujer se murió y el granjero no tenía conque enterrar a su mujer porque era muy pobre. Agarró la vaca y la llevó al matadero y la vendió por unos cuantos pesos, con lo que entonces pudo finalmente enterrar a su mujer.

Por tanto, el que crea que “el problema mío no es el problema de los demás” que lo piense dos veces antes de decirlo, porque en la Comunidad lo que es de uno, es de todo.

* Texto transcrito por Miguelina Pumarol, y editado por el equipo de “El Siervo”

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