Monseñor Víctor Masalles y la CSCV: Autobiografía
Los inicios de la fe
Recuerdo mis inicios de una fe incipiente durante la catequesis para hacer la Primera Comunión. Tengo muy presentes los temas, algunos de los cuales recuerdo con muchos detalles. Recibí esa Primera Comunión el jueves 5 de junio de 1969, Fiesta de Corpus Christi, en la Parroquia Santísima Trinidad, en Santo Domingo.
Pero se podría decir que comencé a tener una fe más definida cuando cayó en mis manos el libro de “Las Confesiones de San Agustín”, que me puso a leer el profesor en la escuela. Le agradecí profundamente haberme hecho leer ese libro. Luego me hizo leer “La Ciudad de Dios” del mismo autor. Desde ese momento puedo decir que tengo una fe que nunca he perdido.
Después hubo un momento particular en mi vida. Llegó a mis manos un libro que no era católico. Me sentía atraído por el modo en cómo se confesaba la fe con alegría y osadía. Era domingo 8 de octubre de 1978, ese día tuve una experiencia personal que me inició en una nueva búsqueda en mi vida: la confesión de la fe.
Comencé a buscar libros similares, lo cual me llevó a participar en numerosas ocasiones en los estudios y cultos de las diversas iglesias en la ciudad. Por más de cuatro años participé el Domingo en la Misa y durante la semana a los cultos y círculos de estudios bíblicos. Mi extrañeza era lo apagado de las misas en las que yo participaba, en contraste con la alegría que se manifestaba en esos grupos.
Para ese tiempo cursaba los estudios universitarios de Economía, y estaba en el umbral de mi actividad favorita: la natación. En la universidad todo me iba muy bien. En la natación se cosechaban triunfos locales muy interesantes; uno de ellos fue el de 50 Kms. nadados de manera ininterrumpida de la tarde del sábado 2 a la mañana del domingo 3 de febrero de 1980.
Una salud precaria
Mi salud fue normalmente precaria. Era enfermizo desde pequeño, lo cual me hizo retraído. Pero la salud se resquebrajó cuando el 21 de abril de 1983 tuve un grave cuadro de sangrado estomacal. El mismo, puso en peligro la vida. Como una referencia, un cuerpo humano tiene unas 10 unidades de sangre (5 litros). Para el 27 de abril me habían puesto ya ¡27 unidades de sangre A-!
No había nada que hacer, dijo el médico, y su augurio era que moriría en unas 24 horas como máximo. Llegó al hospital un grupo de laicos de la Renovación Carismática Católica que se ofreció orar por mí a lo cual accedí. Poco tiempo después la hemorragia que me llevaría a la muerte se detuvo, para sorpresa de los pronósticos médicos. Ciertamente el Señor había actuado.
Este acontecimiento me hizo abandonar todas las actividades en las otras iglesias y me entró de lleno en la Iglesia Católica, mi propia casa. Conocí algo que no había descubierto y que disfruté al encontrar: la Tradición de la Iglesia, con la línea ininterrumpida de pastores, de santos, de teólogos que habían escrito a través de los siglos en una Iglesia que estaba viva con sus sacramentos. Todo esto había sido un río de gracia a través de la historia.
Después de estudios en el Blood Desease Center de la Universidad de Miami, en el Jackson Memorial Hospital, el extraño diagnóstico: Hemofilia, de tipo vonWillebrand moderado, con deficiencia en el factor de coagulación VIII, en donde el valor normal de actividad es entre 50 a 200%, y el nivel que presentaba era de 28%. Una evidente deficiencia que explicaba el sangrado, aunque no explicaba cómo se había detenido. Dirigió este estudio el Dr. William B. Harrington, en ese tiempo la primera autoridad del este de los Estados Unidos en el tema. Esto me convertía en un paciente hemofílico para toda la vida.
Una llamada al sacerdocio
La vida profesional se desenvolvía de manera gratificante, con ella sentía que me realizaba. Con mis estudios realizados en Economía, tenía muchos planes en mi vida personal; la empresa en la que trabajaba también los tenía. Pero Dios tenía otro plan para mí.
Un fin de semana asistí a un retiro espiritual en la capilla del Colegio Santo Domingo los días 11, 12 y 13 de enero de 1985. El día 12, en un coloquio con el Señor, entendí por primera vez en mi vida, que Dios me quería sacerdote. Esto fue confirmado el domingo a las 5:10 pm, cuando en la Misa de cierre del retiro se anunció que había un joven que estaba siendo llamado al sacerdocio, y ahí fue donde clara y definitivamente supe que Dios me llamaba a dejarlo todo por Él.
Después de un breve tiempo de discernimiento entré al Seminario el día 30 de agosto de ese año, para realizar los estudios de Filosofía y Teología. Durante los inicios de la Teología ocurre algo inesperado: en uno de los viajes de rutina en el 1988 al Jackson Memorial hay algo que rompió con los cánones de la medicina, y es que los valores de la actividad del factor VIII estaban en 143%, en niveles de una completa normalidad.
El médico me solicitó dejarme hacer todo tipo de exámenes para buscar detectar lo que estaba ocurriendo. Hice viajes frecuentes a los Estados Unidos hasta el 1990. El Dr. Harrington dijo: “He hecho todos los estudios que tengo a disposición, váyase a su casa y solo llame si tiene un problema”. La hemofilia había desparecido, y eso hasta el día de hoy.
Finalizados los estudios teológicos llegó ese día tan esperado: el día de la ordenación sacerdotal, el Domingo 7 de julio de 1991 en la Catedral Primada de América, que se realizó por la imposición de manos de mi propio Obispo el Señor Cardenal López Rodríguez.
Inicios del ministerio sacerdotal
Los inicios del ministerios fueron vividos con gran emoción y conciencia de la grandeza del don recibido por la imposición de manos del Obispo. En los trabajos iniciales se entremezcló el trabajo de la Curia, como Canciller del Arzobispado, con el trabajo en una parroquia de barrio marginado, en la Parroquia Santa Clara de Asís, en el Ensanche Capotillo.
Durante tres años la vida sacerdotal transcurrió con un notable equilibrio entre los decretos episcopales y los barrancones del Ozama. Fueron unos años fértiles a nivel de trabajo pastoral, los cuales me ayudaron profundamente a llegar a tener un corazón sacerdotal.
Los estudios en Roma
En el año 1994, con la salud precaria, el Arzobispo me envió a hacer estudios posteriores. Había conseguido una beca por los resultados académicos, lo que me permitió dirigirme a la Ciudad Eterna: Roma.
Fui enviado a estudiar la maestría en Teología Espiritual en el Pontificio Instituto Teresianum. Durante dos años la preparación académica tuvo un corte muy espiritual, aunque algunos de los estudios adicionales se hicieron en el Pontificio Instituto Bíblico y la Pontificia Universidad Gregoriana, los cuales complementaban la especialidad.
En el 1996 fui invitado a comenzar una segunda maestría en Teología Bíblica. Se me pidió que me transfiriera a la Gregoriana para hacerlo. Antes de comenzar me inscribí en el año propedéutico del Instituto Biblico. Luego de tres años llegó a fin la segunda maestría.
En el 1999 mi Obispo me pidió que continuara los estudios en Roma y que hiciera el doctorado en Teología Bíblica en la misma universidad: en marzo de 1999 presentó el tema de la tesis, llegando a la defensa de la misma en junio de 2001.
Trabajo por las vocaciones sacerdotales
Con los estudios finalizados en Roma llego a mi diócesis, donde mi Obispo tiene reservada para mí otra encomienda: las vocaciones sacerdotales. Había sido enviado al Seminario para acompañar a los jóvenes que tenían como meta el sacerdocio.
Durante cuatro años estuve trabajando como Rector del Seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino, trabajo al que se le dediqué día y noche para organizar la institución que pudiese lograr discernir la autenticidad de la vocación de los candidatos al sacerdocio.
Lugar de trabajo hasta hoy día
Una vez dejado el Seminario, hace unos años que trabajo como párroco en la Parroquia San José de Calasanz, en Cuesta Hermosa III en Santo Domingo, trabajo que realizo hasta la fecha. Es una parroquia que ha cobrado una extraordinaria fuerza evangelizadora, y está dando a luz en su propio territorio a otra, que es la Parroquia Beato Juan XXIII, erigida ya, pero aún no estaba en funcionamiento como tal.
Además de esto, fui nombrado Vicario de Administración de la Arquidiócesis de Santo Domingo, dirigiendo la situación financiera de la Arquidiócesis, donde se creó el Consejo Económico, tal como prescribe el Derecho Canónico (c.492), en donde se trabajó con éxito en la estabilidad de la situación financiera de la Arquidiócesis.
Nombramiento de Obispo

El Papa Benedicto XVI le nombró Obispo Auxilia de la Arquidiócesis de SD
En abril de este mismo año, fui invitado a formar parte del Colegio Apostólico. Su Santidad, Benedicto XVI me nombró Obispo Titular de Girba y Obispo Auxiliar de Santo Domingo. En esto sentía que era Pedro mismo que me pedía ayudarlo a mantener firme la Iglesia.
Finalmente el anuncio público se hizo el 8 de mayo. La misma Parroquia San José de Calasanz junto al equipo de liturgia de la Catedral organizaron con todo esmero la ceremonia de ordenación, la cual se celebró en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, el mismo día en que yo cumplía 49 años de edad, 29 de junio de 2010.
Relación del Obispo con la CSCV
Mi primero de muchos contactos con los miembros de la Comunidad de los Siervos de Cristo Vivo fue en el 1983, cuando estaba enfermo. El médico que me atendió era miembro de la Comunidad, y me introdujo estar en contacto con diversos miembros de ella.
En la inauguración de la Casa de la Anunciación yo me sentía muy unido a la comunidad. Fui invitado a formar parte de ella desde el 1985, introduciéndome así al ministerio de la predicación, que considero que es uno de los puntos fuertes de la Comunidad.
Durante mi vida vocacional estuve viviendo en la Casa de la Anunciación durante un año (1987-88), cuando apenas estaba en el primer año de Teología, aunque después pasé a la vivencia en el Seminario.
Cuando llegó el 1990 tuve que abandonar ser miembro de la Comunidad, pues había en los estatutos de la Comunidad un acápite que no permitía todavía que clérigos fuesen miembros. Sin embargo, mantuve una estrecha relación con la Comunidad, sobre todo en la erección de la misma a nivel canónico.
En mi trabajo en Capotillo perdí un poco el contacto con la Comunidad, pero en mi viaje a Roma tuve la oportunidad de acompañar a las 5 comunidades de Italia, ayudándoles a vivir la vocación de Siervos de Cristo Vivo. No perdí el contacto y la dicha de predicar, sobre todo con el Padre Emiliano y con María Armenteros, con los que viajé en innumerables ocasiones. Trabajé también para las Escuelas Internacionales de Evangelización de Santo Domingo y Miami, en las que he impartido numerosos cursos bíblicos.
Luego de ser nombrado en la Parroquia San José de Calasanz comencé un mayor acercamiento al encargarme de una de las reuniones comunitarias de los lunes en la noche, en las que estuve, celebrando la Eucaristía junto a un tema formativo.
Por esta razón, en mi discurso de la ceremonia de ordenación episcopal, les manifesté el agradecimiento, porque con la ayuda del ministerio del carisma de la predicación de la Comunidad me he podido convertir en un hombre de la Palabra, que disfruta la proclamación de la Palabra hasta el punto de temer como lema de mi episcopado: “Proclama la Palabra” (2Tim 4,2)