Como culmen de la máxima celebración de los misterios de Cristo, llegamos hoy a la celebración de Pentecostés, el acontecimiento que, unido a la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, se convierte en el más importante motivo sobre el cual queda confirmada y fundada la comunidad de los creyentes; es decir, la Iglesia.
El evento de la venida del Espíritu Santo confirma y ratifica la vida de la comunidad y, más aún, la fortalece y le da voz propia para que se lance a la tarea encomendada por Jesús: anunciar a todos los pueblos la Buena Nueva del Evangelio.
Pentecostés es además un llamado a la unidad de la Iglesia a trabajar para la renovación de la misión en un mundo que enfrenta y experimenta caos, divisiones, contradicciones, luchas, temores y percepciones equivocadas del poder de Dios.
El Espíritu Santo nos mueve, por tanto, a discernir los signos que invitan a recibir la presencia de Dios entre nosotros. El Espíritu de Dios además, se manifiesta en la unidad bendiciendo esa unidad con el poder del mensaje sanador.
Por igual, Pentecostés debe ser para la CSCV, la fiesta donde celebremos la unidad en el Espíritu, para salir como un cuerpo fortalecido, capaz de llegar a todos, con un mensaje que rompa las cadenas de la discordia, del engaño y las amarguras para de esta forma celebrar la fiesta de la unidad en Cristo, dominada por el encuentro y el perdón de las faltas cometidas.
El derramamiento del Espíritu de Dios en el Aposento Alto fue el inicio de un trabajo de sanación, de entrega, de oración y de alabanza a Dios, quien nos llama ahora en el poder de ese mismo Espíritu, a ser una comunidad unida para actuar en el mundo de hoy.
En la experiencia de esa unidad se vive la alegría, el gozo, la paz, la bondad y la alabanza al que Era y Es por la Eternidad.
Al mismo tiempo, la Fiesta de Pentecostés nos invita a ser portadores de esa alegría, de ese gozo, de esa paz comenzando en nuestras propias vidas, en la renovación de la vida familiar y de aquéllos que son nuestro prójimo.
La Comunidad que se reúne por el poder del Espíritu Santo, nunca deja de alabar al Señor con alegría en todas partes y debe clamar como el Salmista: “Ven, Espíritu de Dios, y renueva la faz de la tierra” (Salmo 104:30).
Una comunidad que celebra Pentecostés es una comunidad sanadora para vida abundante. Es una comunidad que vive siendo prójimo de su prójimo. Es una comunidad que renueva su misión y su visión ante los retos que le toca enfrentar.
La pregunta que podemos hacernos es: “¿Quién es mi prójimo?” En una parábola de Jesús, el prójimo es un samaritano, un miembro de una cultura religiosa extranjera que había sido considerado como enemigo (Lucas 10:29-37). Por lo tanto, nuestro prójimo pueden ser familias vecinas, personas solas, miembros de nuestra propia familia, miembros de nuestra Comunidad o pueden ser quienes menos esperamos.
Por eso, una comunidad que celebra Pentecostés rompe las barreras que dividen o que causan dolor entre nosotros. La fiesta de Pentecostés es poder que hace caer rápidamente con el viento refrescante del Espíritu, las causas que dividen y matan. Es momento para un llamado de unidad a todos los que necesitan ser restaurados para una vida plena.
El milagro de Pentecostés es el inicio de una revelación divina para reunificar al ser humano en el lenguaje del perdón, la compasión y la misericordia. Las fuertes ataduras que nos separan son transformadas con lazos de buena voluntad y de reconciliación con Jesucristo, el cual “ha derribado el muro de enemistad que nos separaba” (Efesios 2:14).
Esto lo hace con el fin de enviarnos como ojos y brazos, como manos y pies del Evangelio, que abre las puertas del Reino a las familias de todos los confines de la tierra. Pentecostés es unidad en el Espíritu.
Somos el prójimo de nuestro prójimo porque hemos sido comisionados por Dios para ir a nuestro mundo en el cual nos movemos, a ser sensibles al dolor ajeno, para compartir la esperanza que nace en la acción de nuestras manos por el poder del Espíritu de Dios.
Pentecostés nos comisiona a ser guardas de nuestro hermano, “id por el mundo y predicad este evangelio”. ¿Cuál Evangelio? El Evangelio que se traduce en dones para servir a nuestro prójimo. La buena nueva de que Jesucristo nos llama a una nueva realización de nuestra misión común: servir estrechando la mano de Dios con la mano de nuestro prójimo.
El Espíritu Santo es el que hace posible nuestra plena participación en la verdadera familia comunitaria que es solidaria con el prójimo. Pentecostés es un llamado a ser una comunidad que ve con claridad, que siente y padece con esperanza en Dios. Es un llamado a ser pueblo de Dios que se manifiesta, como lo hicieron los apóstoles, en forma de instrumentos del Evangelio.
Abramos por tanto los ojos a la realidad en que vivimos, confrontemos nuestra fe y nuestra identidad cristiana y preguntémonos: mi manera de ser y de vivir como cristiano, ¿es un lenguaje que perciben y entienden los que me rodean, o ni siquiera se dan por enterados de que yo soy cristiano?
En una sola palabra: Pentecostés para nosotros hoy, es la oportunidad que tenemos para “refundar” nuestra comunidad. ¡No desechemos esa oportunidad!
Imploremos al Señor que derrame sobre cada uno ese fuego purificador y transformador; que nos dé la fuerza necesaria para salir de nuestro encierro, para mostrarnos como una comunidad que comunica el mensaje del Evangelio a través de su forma de vida, a través de su testimonio.
En Pentecostés Dios efectúa una nueva creación. Lo antiguo se ha ido; lo nuevo ha llegado. Mediante una masiva invasión de gracia, un valle de huesos secos recibe una nueva oportunidad de vida. Un pueblo disperso y confundido encuentra una nueva convivencia y habla un nuevo idioma.
Un pueblo empapado de temor y desilusión ahora experimenta el milagro de la renovación. Los muertos son resucitados nuevamente a la vida. El orden reemplaza el caos y una nueva comunidad desplaza el perverso individualismo.
¿Acaso no anhelamos ver los signos inconfundibles de esta comunidad dotada y vibrante, funcionando de nuevo, modelando el compañerismo, haciendo discípulos e inspirando el servicio desinteresado? ¿Dónde está la alegría, el amor, la paz que el Espíritu vivificante da? ¿Dónde está la pasión por la participación en la misión sobre la cual Dios envía esta amada comunidad?
Que, en este Pentecostés, nuestra comunidad formada por Dios y modelada por el Espíritu pueda levantarse nuevamente, reclamando su herencia en Cristo, discerniendo su unidad y apropiándose de los dones que ha recibido para cumplir su misión.
Con mucho amor fraterno,
Freddy Contin
Director General CSCV