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Su mano es más grande y caben más dulces
   Yuan nos comparte su gran amor por nuestra Madre la virgen María.
  

Una madre salió a pasear con su hijito. Pasaron por una dulcería, y ella le dijo: “Toma el dulce que quieras y te lo compraré”. El niñito escogió un caramelito. La mamá insistió, sonriéndole con cariño: “Mi cielo, no sólo el caramelito, sino todo lo que abarques con tu manita será tuyo”. Entonces el hijito abrió más sus pequeños ojos y respondió: “No, mami, mejor mete tú la mano por mí, porque tu mano es más grande que la mía”.

Así es mi oración a María, nuestra Madre: “Mamá, mete tú la mano por mí, porque tu mano es más grande que la mía”. Su mano abarca más. De hecho, abarca a todos sus hijos amados.

Hace poco, vi a una bebé durmiendo apaciblemente en los brazos de su mamá. Ella nos explicaba cómo, al ser su madre, sabía distinguir entre un llanto de sueño y otro de hambre o un llanto de dolor… porque es su madre y la entiende. Por eso, cuando estoy cansado de cargas, le digo a Mamá María: “Que yo descanse en tus brazos amorosos, pues tú me comprendes”.

La mamá tiene más altura que el niño, por tanto ve más lejos, tiene una visión mayor. Por eso, cuando en mi vida espiritual no estoy “viendo” con claridad, la llamo: “Mamá, mira tú por mí, porque eres más alta que yo y ves más lejos”.

Una madre tiene los brazos más largos que su hijito. Cuando éste desea tomar algo que está demasiado alto, le pide a ella que lo alcance por él (o que le cargue en sus brazos para el niño tomarlo). Por eso, en mi oración de petición, le ruego: “Mamá, alcánzame esto del Señor, tus brazos son más largos y alcanzan más, alcanzan la más ‘alta gracia´ que es el fruto bendito de tu vientre: ¡Jesús!”.

¿Has visto a una madre cuando anda con el hijito que está estrenando (y entrenando) sus piernitas para caminar? La madre tiene mayores piernas que su niñito. Cuando ella da un paso, él tiene que dar tres o más. Por eso, cuando me canso de estar “en el Camino”, le suplico: “Mamá, cárgame y camina tú por mí, porque tienes mejores pasos”.

Desde la cruz, “Jesús, al ver a la Madre y junto a ella a su discípulo más querido, dijo a la Madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dijo al discípulo: Ahí tienes a tu madre.” (Juan 19, 26-27). Fijémonos que primero se dirigió a la Madre, no al discípulo amado. Antes yo pensaba que el Señor estaba encargando a Juan cuidar a María; pero hoy entiendo las palabras de san Pablo: “Los fuertes en la fe, debemos cargar las debilidades de los que no tienen esta fuerza” (Romanos 15, 1). Los más fuertes cuidan a los más débiles. Me pregunto: ¿Quién es más fuerte, María o Juan? Por supuesto que la Madre. Es decir: en el momento de la cruz, Jesús estaba pendiente de la debilidad de sus discípulos y confiaba a su Madre confortarlos y cuidarlos. No es Juan cuidando a María. Más bien es la Hija predilecta del Padre cuidando al discípulo amado (que somos tú y yo).

La Mamá cuida a su hijito, le pido protección. La Mamá tiene mayor voz, le pido que me ayude a rezar. La Mamá es más fuerte que el niño, le pido que me socorra en mi debilidad. Así de sencillo es la relación Mamá-hijito: relación de confianza en su amor. Amor que se responde con amor.

Jesús declaraba que tenemos que ser como niños para entrar en el Reino de los Cielos, lugar de amor y dulzura. Y cuando un niño entra a una dulcería, normalmente lo hace con su Mamá. Su mano es más grande y caben más dulces.

Nuestra Señora del Sagrado Corazón, ¡ruega por nosotros, niños necesitados de dulzura!

 

Yuan Fuei Liao

 
   
   


 
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