Catalina de Siena (1347- 1380)

La teología espiritual de santa Catalina Benincasa es la teología de la santidad cristiana; su invitación-mensaje está dirigida a todo el pueblo de Dios.

Experiencia mística y reflexión teológica se entretejen, muy unidas en su vida y en sus escritos, formando un todo indivisible.

Los tres escalones que llevan al puente

Si se quisiera analizar el punto de encuentro entre las dos realidades que, repito, no pueden separarse porque germinaron en modo unitario, es mi opinión que se debería buscar en la visión del amor de santa Catalina. Para ella, Dios es amor, la Trinidad es amor, Cristo es amor, el hombre es amor, el universo es amor, todo es amor; sólo el pecado, el mal, es desamor; aquéllos “que se han ahogado en el río del amor desordenado del mundo, están muertos a la gracia” y se han convertido en “árboles de muerte”. Si el hombre, “árbol de amor con vida de gracia” quiere desnudarse del no-amor y llegar al amor, debe subir los tres escalones que llevan al puente, Cristo. Los escalones son los pies, el corazón y la boca del Crucificado.

“El primer escalón son los pies, que significan afecto; y así como ellos sostienen al cuerpo, así el afecto sostiene el alma. Los pies clavados son escalones para que tú puedas llegar al costado, el cual te manifiesta el secreto del corazón. Una vez llegada a los pies, el alma gusta el afecto del corazón y poniendo la mirada e la inteligencia en el costado abierto del Hijo, donde encuentra amor consumado e inefable (…) se llena de amor, viéndose tan amada. Después del escalón segundo, llega a la boca, donde encuentra la paz de la gran guerra que había tenido por sus culpas”.

Terminados los tres escalones, la sangre de Cristo “invade el alma y la viste del fuego de la divina caridad”.

Siguiendo “al amor crucificado” el alma es atraída contemplativamente a Dios: “Atraído el corazón del hombre por afecto de amor, como te he dicho, es atraído con todas las potencias del alma: memoria, inteligencia y voluntad. Unidas las tres potencias y congregadas en su nombre, las demás operaciones que realiza, manuales y mentales, son arrastradas con gozo y unidas por el afecto del amor, porque se ha elevado siguiendo el amor crucificado”.

La vida cristiana es un camino hacia el amor; y la oración, que es la señal evidente, no puede dejar de ser un itinerario que se inicia en la humildad para ser consumado en la caridad. Según la mística de Siena, la oración vocal es un medio metodológicamente necesario.

Para llegar a la “morada del conocimiento de sí mismo”, pero a condición de que haya consonancia entre boca y corazón:

“No debe el alma hacer oración vocal sin la mental: esto es, que mientras hable se ingenie en elevar y dirigir su mente al afecto, considerando sus defectos y la sangre del unigénito Hijo mío, donde encuentra la amplitud de mi caridad y elperdón de sus pecados”.

Visitación de Dios

La Santa se refiere a la contemplación en todos sus estados con la expresión común a muchos místicos de la Edad Media: “Visitación de Dios”:

“En seguida que siente, que se dispone la mente para la visitación (de muchos modos como he dicho) se debe abandonar la oración vocal. Después, pasada la mental, si se tiene tiempo, se puede reanudar lo que se había propuesto decir; si no tiene tiempo no debe preocuparse ni sufrir pena ni confusión. Así se debe hacer. Mira que no ocurra con el oficio divino, el cual los clérigos y religiosos están obligados a recitar; y no diciéndolo lo ofenden”.

Durante la contemplación “el cuerpo está como inmóvil, todo destrozado por el afecto del alma” sujeto al flujo de la marea divina:

“Pero yo por algún espacio quito la unión, haciéndola volver al vaso de su cuerpo; es decir, al sentir de su cuerpo, que estaba enajenado por el afecto del alma y que vuelve a su sentimiento (…). Por lo que la memoria se encuentra llena de mí; la inteligencia se eleva especulando en el objeto de mi verdad; el afecto que sigue a la inteligencia, ama y se une a aquello que el ojo de la inteligencia vio”.

La oración contemplativa tiene su razón profunda en el Verbo encarnado:

“El alma recibe como fruto la tranquilidad de su mente, y una unión producida por el sentimiento de la dulce y divina naturaleza, donde gusta el néctar. Así como el niño reposa en el pecho de la madre y toma la leche por medio de la carne, así el alma cuando llega a este estado, reposa en el pecho de la caridad divina…”

El estupor

La oración de Santa Catalina está impregnada de alabanza, admiración, adoración, agradecimiento, intercesión, súplica y especialmente de estupor.

Estupor ante las infinitas locuras de amor misericordioso del Padre celeste:

“Oh misericordia que nace de tu divinidad, Padre eterno, que gobierna con tu poder todo cuanto hay en el mundo; de misericordia fuimos creados, en misericordia fuimos regenerados por la sangre de tu Hijo. Tu misericordia nos conserva; por tu misericordia, tu Hijo desde la cruz cambió la muerte por la vida y la vida por la muerte. Entonces venció a la muerte de nuestras culpas y la muerte de la culpa quitó la vida corporal al Cordero nmaculado. ¿Quién quedó vencida? La muerte. ¿Quién dio esta ocasión? Tu misericordia”.

Estupor también ante las locuras del Verbo encarnado:

“Por misericordia nos lavó con su sangre; por misericordia quisiste comunicarte con tus criaturas. iOh loco de amor! ¡No te bastó con encarnarte, sino que también quisiste morir”.

Estupor por el río de “dulce sangre” que brotó del Cordero inmolado;

“¡Oh dulce sangre que hace resucitar a los muertos! Sangre que da la vida; tú disolviste las tinieblas de las mentes cegadas de las criaturas y les diste luz. Dulce sangre, tú uniste a los enemigos, vestiste a los desnudos, alimentaste a los hambrientos, diste de beber a los sedientos y con la leche de tu dulzura nutriste a los párvulos que se hicieron pequeños por verdadera humildad e inocentes por verdadera pureza. Oh sangre, ¿quién no se embriagará contigo? Los amantes de sí mismos porque no huelen tu perfume”.

Estupor por el ardiente fuego de caridad de Cristo

“…cuyo fuego unió a Dios con el hombre y lo tuvo clavado en la cruz. iOh inefable y dulcísima caridad qué dulce unión has hecho con el hombre” … “porque él (Hijo de Dios) es aquel mar pacifico que da de beber a todos los que tienen sed y hambre y deseo de Dios, y para todos los que han estado en lucha y quieren pacificarse con él. Este mar lanza fuego, que calienta al corazón frío …”

Estupor al contemplar a Dios humillado en el regazo de su dulce María, “árbol de misericordia”:

“Ved a la suma altura venir a tanta bajeza como es nuestra humanidad. Debe avergonzarse la humana soberbia de ver a Dios tan humillado en el seno de su dulce María, la cual fue aquel campo dulce, donde se sembró la semilla de la palabra encarnada del Hijo de Dios. Verdaderamente (…) en este bendito y dulce campo de María hizo este Verbo injertado en su carne, como la semilla que e lanza a la tierra; que por el calor del solgermina y hace que florezca flor y fruto, y la semilla permanece en tierra.

Así verdaderamente hizo que con el calor y el fuego de la divina caridad, existiera la humana generación, echando la semilla de la palabra en el campo de María. iOh bendita y dulce María, tú nos has dado la flor del dulce Jesús y ¿cuándo produjo el fruto esta dulce flor? Cuando fue injertado en el leño de la santísima cruz: entonces recibimos la vida perfecta”.

Para las necesidades de la Iglesia

Para las necesidades de la Iglesia, la oración de Catalina resulta tierna como la petición de un niño:

“Escucha a tu sierva, y no mires la multitud de mis culpas. Te ruego que dirijas el corazón y la voluntad de los ministros de la santa Iglesia esposa tuya, para que te sigan, oh Cordero desangrado, pobre, humilde y manso, por el camino de la santa cruz según tu querer y no el suyo (…). Únelos y purifícalos, divina piedad, en el tranquilo mar de tu bondad para que no esperen más tiempo perdiendo lo que tienen por aquello que no tienen. Escucha a tu sierva. Yo miserable te ruego, que oigas mi voz, que te llama a ti piadosísimo Padre”.

Parece oír en su oración el latir de la oración sacerdotal del Señor:

“Por tanto recurro a ti pidiendo refugio, Padre eterno, y no te lo pido para mí sola, Padre, sino por todo el mundo y singularmente por el cuerpo místico de la anta Iglesia; que esta verdad y doctrina resplandezca en tus ministros, dada por ti, verdad eterna, a mí miserable. Y también te pido especialmente por todos los que me has dado para que yo los ame con singular amor, a los cuales has hecho una cosa conmigo; ellos serán mi refrigerio para gloria y alabanza de tu nombre… y te ruego, dulcísimo amor, que ninguno me sea arrancado de las manos por el demonio infernal, para que en el último día lleguen a ti, Padre eterno, que eres su fin”.

El alma contemplativa

El alma contemplativa que ha recibido la visita de Dios, al desaparecer el huésped se descubre interiormente cubierta de supresencia: “Pero si en verdad es visitada or la eterna verdad, el alma recibe primero un temor santo, y con él recibe alegría y seguridad, con una dulce prudencia que, dudando, no duda, pero conociéndose a sí misma se reconoce ndigna y exclama: Yo no soy digna de recibir tu visita; no siendo digna, ¿cómo puede ser? Entonces se dirige a la amplitud de mi caridad, conociendo y viendo lo que yo puedo dar y no mirando su indignidad sino mi dignidad que le hace digna de recibirme por gracia y por sentimiento porque no desprecio el deseo con el que me llama. Exclama humildemente: “He aquí tu esclava, hágase en mí tu voluntad”. Entonces sale de la oración y de mi visita, con alegría gozo y humildad considerándose indigna y agradeciéndomelo con caridad”.

Temor santo, seguridad, dulce prudencia, alegría y gozo, caridad: el alma recibe estos bienes de Dios haciéndose muy pequeña, como María la humilde sierva de Yavé: Por eso humildemente exclama: “He aquí tu esclava: hágase en mí tu voluntad”.

Estupor, admiración, alabanza, adoración, agradecimiento, intercesión y súplica es lo que encontramos en profusión en las grandes oraciones de Catalina cuando las alas robustas de la contemplación le hacen penetrar en el misterio de las divinas personas con vuelo altísimo y teológicamente perfecto.

He aquí un breve fragmento en el que la inspiración teológica y el lirismo místico se funden en vibración contemplativa:

“Oh deidad, deidad, inefable deidad. Oh suma bondad, que sólo por amor nos has hecho a tu imagen y semejanza; cuando creaste al hombre, no dijiste: ‘Hágase’ como cuando hiciste todas las cosas, sino: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza’ ”.

“Oh amor inefable, para que consintiera toda la Trinidad, le diste la forma de Ia Trinidad eterna en las potencias del alma, dándole la memoria para darle la forma tuya, eterno Padre, que como Padre tienes y conservas todo en ti… “En cualquier dirección que me vuelva, veo tu inefable amor; no podemos excusarnos de no amarte, porque tú solo, Dios y hombre, eres aquél que me amó sin ser amado por mi; porque yo no existía y tú me hiciste. Lo que yo quiero amar es lo que tiene ser y eso lo encuentro en ti, menos el pecado, que no está en ti, no es digno de ser amado. Si queremos amar a Dios tendremos su inefable deidad. Si queremos amar al hombre, tú eres hombre y puedo conocer en ti inestimable pureza. Si quiero amar al Señor, tú has pagado el precio de tu sangre, sacándonos de la servidumbre del pecado. Tú eres Señor padre y hermano nuestro por tu benignidad e inmensa caridad, eterna deidad. Tu hijo, el Verbo, sabiendo que hacía tu voluntad quiso derramar su sangre preciosa por nuestra miseria en el saludable leño d la santísima cruz. Tú, divinidad, suma sabiduría, yo ignorante miserable criatura; tú suma y eterna bondad. Yo muerte, y tú vida; yo tinieblas, y tú la luz; yo necedad y tú sabiduría; tú infinito y yo finita; yo enferma y tú médico; yo frágil pecadora que no te amé jamás, tú belleza purísima y yo feísima criatura. Tú por amor inefable me llevaste a ti, y todos nosotros vamos a ti por gracia, no por deuda; si queremos dejamos llevar a ti que nuestra voluntad no se rebele a la tuya (…)”

Extraído de “Maestros de la contemplación”.
Escrito por: Giocondo Pagliara

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