Este es el Tercero de la serie LAS DIVERSIDADES DEL ESPIRITU SANTO, conformada por 5 artículos. El mismo nos dice que los dones son regalos infundidos por Dios a través de su Espíritu Santo, para nuestro crecimiento espiritual.

En ellos podemos citar siete. Estos son:

SABIDURIA

Es el primero y mayor de los siete dones. Es la luz que podemos recibir de lo más alto, la presentación especial en ese conocimiento misterioso y sumo; que es propio de Dios… Esta majestuosa Sabiduría, es la esencia de un nuevo conocimiento, una conocimiento deleitado por la caridad, gracias al cual el alma adquiere familiaridad, por así decirlo, con las cosas divinas y prueba gusto en ellas. El principio de la Sabiduría es el temor de Dios. (Proverbios 1:7)

INTELIGENCIA (ENTENDIMIENTO)

En ella, obtenemos la gracia del Espíritu Santo para, comprender la Palabra de Dios y profundizar las verdades reveladas. La palabra “inteligencia”, deriva del latín intus legere, que significa “leer dentro”, penetrar, comprender a fondo. Esta inteligencia sobrenatural, se da no sólo a cada uno, sino, también a la comunidad, a los Pastores, como sucesores de los Apóstoles, que son herederos de la promesa específica que Cristo les hizo (Jn 14:26) y a los fieles, que gracias a la “unción” del Espíritu, poseen un especial “sentido de la fe” (sensus fidei) que les guía en las opciones concretas.

CONSEJO

Se da al cristiano, para iluminar la conciencia en las opciones que la vida diaria le impone. El don de consejo, actúa como un soplo nuevo en la conciencia, sugiriéndole lo que es lícito. Lo que corresponde, lo que conviene más al alma. El cristiano, ayudado por este don, penetra en el verdadero sentido de los valores del evangelio. El que pone atención a los consejos saludables, tendrá su lugar entre los sabios (Prov. 15; 31).

FORTALEZA

Es la fuerza sobrenatural, que sostiene para sobrellevar las vicisitudes de la vida (Isaías 40:29). Para resistir las instigaciones de las pasiones internas y las presiones del ambiente. En ella, se supera la timidez y la agresividad. Dios a través de su Espíritu Santo nos sostiene, haciendo que permanezcamos firmes ante cualquier situación, para seguir emprendiendo el camino que Él ya nos ha creado, confiando fielmente en su misericordia y entendiendo que no es con nuestras fuerzas que vencemos los obstáculos, sino con su poder.

CIENCIA

En ella conocemos el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador. Gracias a ella como escribe Santo Tomás, el hombre no estima las criaturas más de lo que valen y no pone en ellas, sino en Dios, el fin de su propia vida. Cuando el hombre es iluminado por este don, descubre esa infinita distancia que separa a las cosas del Creador, su limitación, y en consecuencia, se siente impulsado a traducir este descubrimiento en alabanza, cantos, oración, acción de gracias. Esto se refleja en los libros de los salmos: “Alabad al Señor en el cielo, alabadlo en su fuerte firmamento… Alabadlo sol y Luna, alabadlo estrellas radiantes” (Sal 148, 1. 3). El hombre, exalta el nombre de Dios, en toda su grandeza.

PIEDAD

Aquí se refleja el Espíritu, sanando nuestro corazón de todo tipo de dureza y abriéndolo a la ternura para con Dios y para con los hermanos. El don de la piedad orienta y alimenta dicha exigencia, enriqueciéndola con sentimientos de profunda confianza para con Dios. La ternura, como apertura auténticamente fraterna hacia el prójimo, se manifiesta en la mansedumbre. Dicho don, está por tanto en la raíz de aquella nueva comunidad humana, que se fundamenta en la civilización del amor. Quita toda tensión y amargura, engendrando sentimientos de comprensión, tolerancia y perdón. “Vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente mientras aguardamos la venida del Señor Jesucristo” (Tito 2:11).

TEMOR DE DIOS

Temor a ofender a Dios, reconociendo que somos débiles. Sobre todo: temor filial, que es el amor de Dios: El alma, se preocupa de no disgustar a Dios, amado como Padre de no ofenderlo en nada, de “permanecer” y de crecer en la caridad (Jn 15, 4-7). Podemos encontrar en la palabra de Dios, la afirmación de que “El Principio del saber es el temor de Dios” (Prov. 1, 7). No se trata de ese «miedo de Dios» que impulsa a evitar pensar o acordarse de Él, como de algo que turba e inquieta y quieta la paz. Este temor-miedo no es el verdadero concepto del temor-don del Espíritu. Aquí hablamos de algo mucho más sublime: es el sentimiento sincero que el hombre experimenta frente al tremendo malestar de Dios, especialmente cuando reflexiona sobre las propias infidelidades y sobre el peligro de ser «encontrado falto de peso», por sus malas acciones. Es amar a Dios, y evitar cometer falta alguna que lo aleje de su majestad.

Espere Próximamente:

LAS OCHO BIENAVENTURANZAS
LOS VEINTE CARISMAS DE PABLO

Escrito por: Marlene De La Cruz

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